Brasil es el dueño y amo de las últimas ediciones de la Copa Libertadores. Los resultados, los planteles millonarios y la jerarquía de los jugadores dejan a las claras que la brecha entre el Brasileirao y el resto de las ligas sudamericanas es cada vez más amplia.
La derrota de Boca ante el Fluminense refrenda una tendencia que a la luz de los hechos parece ser irreversible en el corto plazo; y en ese orden, para el “xeneize”, la obsesión por la conquista de la séptima Copa está lejos.
A pesar de ser el equipo que más veces llegó a la final del trofeo continental (lo consiguió en 12 oportunidades), en 2007 fue la última vez que el “xeneize” pudo alzar el codiciado trofeo.
Desde allí, Boca parece estar sumido en un maleficio: en 2012 perdió ante Corinthians; en 2018, cayó ante River en la recordada final de Madrid; y ahora sumó un nuevo golpe ante Fluminense.
Si bien sigue siendo el segundo país más ganador (tiene 23 títulos frente a los 25 de Argentina), Brasil se posicionó como una sede complejísima de enfrentar y con gran efectividad dentro del fútbol sudamericano.
Con la conquista de “flu” consiguió la racha más extensa de campeonatos de Copas Libertadores con cinco títulos al hilo: Flamengo (en 2019 y 2022), Palmeiras (en 2020 y 2021) y Fluminense en esta oportunidad. En ese mismo período de tiempo, solamente dos equipos argentinos llegaron a la final: River y Boca.
La supremacía brasileña se incrementa si se toman en cuenta las últimas finales. Si bien en esta ocasión estuvo presente Boca, en las tres ediciones previas fueron enfrentamientos directos entre brasileños: en 2020, Palmeiras-Santos, en 2021 el “verdao” frente a Flamengo, y en 2022 entre el “mengao” y Paranaense.
Esta situación se profundiza si se considera que, desde 2021, siempre hay tres representantes brasileños en semifinales. Barcelona de Ecuador y Vélez fueron los únicos equipos (además de Boca) que estuvieron presentes en esa instancia.
A pesar de tener un récord envidiable en suelo brasileño por Copa Libertadores (jugó 32 partidos: ganó nueve, empató 12 y perdió 11), el “xeneize” no puede romper su mala racha en el país vecino.
Su última victoria en esa tierra data de 2019: ante Atlético Paranaense por los octavos de final. En ese momento, el equipo que era dirigido por Gustavo Alfaro y que llegó a semifinales instancia en la que fue eliminado por River, había ganado en Brasil 1 a 0.
De ahí en adelante, Boca visitó el país vecino en ocho ocasiones sin conseguir triunfos: cinco derrotas y tres empates. Eso sí, dos veces logró clasificar (en 2020 eliminó a Inter de Porto Alegre y esta temporada dejó en el camino a Palmeiras) gracias a la definición por penales. Pero lo concreto es que sus más recientes verdugos fueron brasileños.
Esto puede ser verificado con sus últimas eliminaciones: en 2020 frente a Santos en semifinales; en 2021 contra Atlético Mineiro en octavos; en 2022 con Corinthians en octavos; y ahora ante el “flu”.
Una de las principales causas de esta situación es el poderío económico de los brasileños. Según el sitio especializado Transfermarkt, el “mengao” tiene el plantel más caro de todo el país (U$S160 millones) y es seguido de cerca por el “verdao” (U$S159 millones). River es el mejor argentino en ese ítem (U$S92,7 millones).
La enorme diferencia económica con el resto de los equipos del continente parece explicar por qué los equipos brasileños siempre pelean hasta las últimas consecuencias. Con una “buena billetera” los brasileños se dan el lujo de conseguir incorporaciones de gran jerarquía que hacen la diferencia en este tipo de torneos que se definen con los “mata-mata”.
Por caso, Fluminense puso en cancha a Felipe Melo y Marcelo, dos futbolistas que jugaron muchos años en las principales ligas de Europa y que fueron piezas claves de la selección verdeamarelha.
Boca sufrió la tendencia en carne propia. Un equipo que tiene poderío económico y que, además, juega bien le cortó en seco la obsesión por lograr la ansiada séptima Copa Libertadores.
Y el nuevo golpe volvió a ser en Brasil, un país que en el último tiempo pareció ser el límite para el “xeneize”.